Giorgio de Chirico
Sombras
Corría y corría
por las calles oscuras y desiertas impulsando su aro. Sombras tenebrosas
acechantes, oscuridad en las arcadas de los edificios a su alrededor.
Atropelladamente aparecían imágenes descontextualizadas, como ese carromato de
circo ambulante abandonado, y una sombra gigante que caminaba hacia su encuentro.
Ella, sin embargo, no reparó en ella, por ese juego inocente en el que estaba
inmersa. De pronto, la vio. Temblando de frío y de terror, comenzó a gritar en
medio de la noche. Una sirena estridente y el grito desesperado de su madre
diciendo: “Al sótano, al sótano”, la
volvió a la realidad lacerante de la guerra.
Huellas
Se paró frente a ellas y
las escrutó con la mirada. Los chicos que estaban a su alrededor en el museo
comentaban de lo sucias y raídas que
estaban, y aventuraban miles de explicaciones. Algunas de ellas sin sentido.
Otros se reían de esos vanos intentos por encontrarle una lógica, un indicio de
su propietario. Y se fueron caminando y dándose empujones.
Caminó con firmeza pero se
sentía acosado y observado por algo que no podía explicar, las miradas de
soslayo de los ocasionales transeúntes lo alteraban. Salió a la calle, prendió
un cigarrillo, miró hacia todos lados y respiró aliviado. Sólo él había sido
testigo de la escena de tortura. Él le había quitado las botas y las había
arrojado al suelo con desprecio.