El hilo del laberinto
Textos Cruzados
Sentada cómodamente en el sillón de terciopelo verde empiezo a leer y rápidamente me siento como desgajada de lo que me rodea, palabra a palabra, absorbida por la sórdida disyuntiva de los héroes...la lectura me va ganando poco a poco. Las horas transcurren lentas, morosas, pero la historia late entre mis manos hasta que me detengo en una palabra: Eusapia, la ciudad de los muertos, esa copia idéntica, invisible, escondida bajo tierra, una réplica exacta de la visible, la de arriba, la ciudad de los vivos. Inmediatamente la relaciono con Tlön, ese lugar ¿Uqbar o Comala? “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; o... Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. ...O aquél... Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es un hombre. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo, y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mí, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista…”, ¡qué confusión!... no, ése el personaje que se va con La Lujanera.
Sentada cómodamente en el sillón de terciopelo verde empiezo a leer y rápidamente me siento como desgajada de lo que me rodea, palabra a palabra, absorbida por la sórdida disyuntiva de los héroes...la lectura me va ganando poco a poco. Las horas transcurren lentas, morosas, pero la historia late entre mis manos hasta que me detengo en una palabra: Eusapia, la ciudad de los muertos, esa copia idéntica, invisible, escondida bajo tierra, una réplica exacta de la visible, la de arriba, la ciudad de los vivos. Inmediatamente la relaciono con Tlön, ese lugar ¿Uqbar o Comala? “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; o... Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. ...O aquél... Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es un hombre. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo, y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mí, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista…”, ¡qué confusión!... no, ése el personaje que se va con La Lujanera.
Sigo...entonces... Eusapia ... en la máquina sinóptica del loco de Russell, es donde toda la ciudad de Buenos Aires está concentrada. Como la ciudad de los muertos, la ciudad real depende de su réplica, como ha alterado las relaciones de representación, “la ciudad real es la que esconde en su casa y la otra es sólo un espejismo o un recuerdo”. Claro, ésa de la calle Bacacay, en el barrio de Flores. Y pienso en la casa de la calle Garay, la de los padres de Daneri, en cuyo sótano hay un aleph, el microcosmos del macrocosmos, el centro que concentra todos los puntos del universo. De golpe recuerdo que Borges tenía que bajar al sótano solo – como el espectador de Russell – y acostarse en posición decúbito dorsal para ver el aleph y esperar en la oscuridad...de repente lo ve y puede observar todo desde todos los ángulos..."Vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”. Sí, como el espectador del laboratorio de Russell que dice “vi una puerta y un catre, vi un Cristo en la pared del fondo y en el centro del cuarto, distante y cercana, vi la ciudad y lo que vi era más real que la realidad, más indefinido y más puro”. Plagio puro, señores, plagio...nada de originalidad. Lo que vio Borges fue un televisor Hitachi de 122 pulgadas, la extrema debilidad de su vista le impidió distinguirlo, apunta Fontanarrosa. ¿Y de la moneda griega qué digo? ¿Del “dracma” que para los griegos era un objeto trivial y mágico? “El destino está en la esfinge de una moneda” – agrega Piglia -, como el zahir -describe Borges- una moneda de 20 centavos en Buenos Aires, un tigre en Guzerat en el siglo XVIII, un astrolabio en Persia, una brújula en el siglo XIX, una veta en el mármol de un pilar en la aljama de Córdoba, el fondo de un pozo en Tetuán...Parece que tanto a Borges como a Piglia les obsesionaban el poder de los objetos sobre una persona...”una moneda es como un oráculo”, algo misterioso y mágico, algo conjetural...como un aleph. Me pregunto por qué las cosas están relacionadas con uno mismo, con nuestra propia historia, con nuestro destino “Y comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él”, porque para los sabios de Tlön “mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres”. . Y en el final del cuento de Piglia la revelación: “Y entonces comprendí lo que ya sabía: lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que un sueño”... y en esa búsqueda se nos va la vida, como buscando el lugar dominado por las ideas, la ciudad de los pensamientos, tan irreal como inalcanzable, tan abstracta y conjetural como el sueño, tan indescifrable como el destino. “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Y recuerdo que a Tadeo Isidoro Cruz, “que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre”. Ahora alcanzo a comprender que el mapa de Russell es “esa síntesis de la realidad, un espejo que nos guía en la confusión de la vida. Hay que saber leer entre líneas para encontrar el camino”.
Continúo leyendo sin dejar de pensar que no puedo desprenderme de los textos leídos, que se agolpan en mi memoria de manera caótica, pero al mismo tiempo reveladora, tan caóticos y reveladores como los sueños y que “nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años”... la certeza de lo vivido y de lo leído. Que todo texto es un laberinto como Tlön “pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”… y que los textos, atraviesan todo mi cuerpo.